En Femenino Singular: Isabel Zendal

Isabel Zendal

Isabel Zendal, trabajo y rigor

Hoy, por la notoriedad que ha tomado el hospital del mismo nombre, todos estamos acostumbrados a oír hablar de Isabel Zendal, pero pocos conocemos quién fue, qué hizo o cuáles son los verdaderos motivos por los que esta gallega de origen humilde ha dado nombre al hospital de pandemias recién construido en Madrid. Desde estas líneas vamos a tratar de adentrarnos un poco en su historia, que también es en buena parte de la de los primeros años de la España del siglo XIX.

 

¿Quién era Isabel Zendal?

Obligado es iniciar esta historia contando que nació en 1771 en la Parroquia de Santa María de Parada, perteneciente al municipio de Órdenes en la provincia de La Coruña. Sus padres, Jacobo Zendal e Ignacia Gómez, ambos agricultores y de muy precaria economía, tuvieron un total de nueve hijos, de los que sobrevivieron seis. Cuentan que Isabel era la única niña que acudía a las clases particulares que impartía el párroco de Parada. En 1786, una epidemia de viruela la deja huérfana de madre y, al poco tiempo, tiene que abandonar el hogar familiar para ponerse a trabajar, inicialmente como parte del servicio doméstico de Jerónimo Hinojosa, un importante hombre de negocios de La Coruña, y es que su familia era pobre, pobre de solemnidad como se decía en aquellos tiempos. De ello da fe el hecho de que los progenitores fueran enterrados de caridad en sepulturas de la parroquia, sin testamento, pues no había nada que legar.

En 1791 tenemos constancia de que empieza a trabajar en el Hospital de la Caridad de La Coruña como ayudante. El 31 de julio de 1793 nace su hijo, Benito Vélez, fruto de una relación fallida, al que cría como madre soltera al desaparecer el padre de la criatura de la vida de ambos. Ya en 1880 empieza a trabajar como rectora de la inclusa, un establecimiento de caridad en el que se acogía a los niños huérfanos o repudiados por sus padres. Rectora y única trabajadora del mismo, puesto que en las cuentas de la inclusa solo figuraban pagos puntuales a una hospiciana para ayudar a la rectora en el cuidado de los chavales. ¿Cómo era el salario de Isabel? Pues más bien exiguo: 50 reales mensuales y una libra diaria de pan elaborado con harina fina de primera criba. Este salario en especie aumenta en 1981 con la incorporación de media libra diaria de pan para su hijo, y, un poco después, media libra de carne al día. Igualmente recibía una «recompensa» consistente en un corte de tela para hacerse un jubón y un vestido largo. 

Una minuciosa investigación realizada por Antonio López Mariño en su libro «Isabel Zendal Gómez en los archivos de Galicia» nos detalla un poco como era la vida en ese hospicio, y también nos ayuda a entender a esta mujer, sobre todo si comparamos los 50 reales que recibía Isabel como salario con el que percibía el cura del hospicio, que se llevaba 150 reales, o que la lavandera, que se llevaba 100. Incluso ganaba menos que el aguador que recibía 80 reales por su trabajo.

El funcionamiento del hospicio estaba bastante regulado en La Coruña, una ciudad que por aquella época contaba con algo menos de 15.000 almas. Por el torno se recibían dos bebés por semana (algo más de 100 al año), que se daban a nodrizas para que los amamantaran. Un labora por la que percibían 30 reales al mes, hasta que el bebé cumplía tres años, aunque continuaban con ellas hasta los siete años más o menos, momento en que volvían al hospicio. Los niños aprendían a leer y escribir y las niñas aprendían a coser, a hacer calceta, cocinar, etc. de forma que conocieran los cimientos de un oficio para que, cuando abandonaran la inclusa cerca de los quince años, no tuvieran que dedicarse a la mendicidad. Muchos niños, generalmente los más «capaces» eran adoptados por familias con recursos, otros simplemente se alistaban al ejército como tambores o a la marina como grumetes.

Un exiguo salario por organizar, controlar y realizar todo este trabajo, que obligaba a Isabel a coser para terceros o, simplemente, remendar ropa, buscando completar unos ingresos que le permitieran tener una existencia aceptable. 

La viruela en el siglo XVIII

Hago un alto en la historia de María Zendal para ponernos en contexto. La viruela a finales del siglo XVIII era una pandemia en toda regla, y en el Imperio Español no era una excepción. La tasa del letalidad (muertos sobre infectados) era cercana al 30 % y cada año morían en Europa 400.000 personas por esta causa. Un gran problema al que hay que añadir las terribles secuelas que la enfermedad dejaba en muchos de los supervivientes ya que casi un tercio de ellos quedaba ciego.

Cuando en 1796 Jenner desarrolla la vacuna de la viruela ya había precedentes con métodos similares, aunque no tan sistemáticos ni definidos y con unos riesgos mucho mayores. Este es el motivo por el que se atribuye a este británico el título de «padre de la inmunología» y se le tiene por la persona cuyo trabajo ha salvado más vidas a lo largo de la historia.

Nos trasladamos ahora a la corte española de principios del siglo XIX. En 1794 el rey Carlos IV ha perdido a la infanta Teresa víctima de la viruela y, en el todavía vasto imperio, la viruela produce importantes estragos. Diversos médicos de la corte están al tanto de las novedades de la vacuna de Jenner y de la forma de conseguir la vacunación para la población de la España peninsular pero otra cosa es la España de ultramar. Ahora tenemos frigoríficos y los medios de transporte cubren elevadas distancias en poco tiempo, pero os recuerdo que nos encontramos a principios del siglo XIX, y la mejor forma de transportar el suero de la vacuna era empapar en algodón en rama el fluido para vacunar, algodón que se situaba entre dos placas de vidrio, y se sellaba todo con cera. Eso hacía que el plazo máximo de conservación fuera de tan solo diez días, algo adecuado para Europa, pero totalmente insuficiente si se quería vacunar a la población de las Indias.

Y es que Carlos IV quería vacunar sobre todo a los españoles del otro lado del Atlántico, por lo que instó al médico de la corte, Francisco Javier de Balmis, a hallar un método para poder llevar la vacuna a América. Al final, a este se le ocurre la forma, que podríamos llamar «transporte humano en vivo», y que consistía en que en el barco que los llevaría a América iría un grupo de personas no vacunadas, a las que se les inocularía el virus de dos en dos (y se las separaría del resto), y más o menos a los nueve o diez días se les extraería líquido de las pústulas que habrían desarrollado, para volver a iniciar el proceso.

Real Expedición Filantrópica de la Vacuna

Así se llamó a la organizada con fondos de la corona, y particulares del propio Carlos IV, y que debía servir para llevar la vacuna a América y, si era posible, desde allí ir a la islas Filipinas. La expedición contaba con Balmis al frente, dos médicos asistentes, dos prácticos y tres enfermeros. A fin de servir de reservorios vivos de la vacuna, para hacerlo con el método que inventó Balmis, no se pidieron voluntarios sino que se optó por llevar a 22 niños huérfanos (expósitos) de entre tres y nueve años. Estos niños recibieron un hatillo que contenía dos pares de zapatos, seis camisas, un sombrero, tres pantalones con sus respectivas chaquetas de lienzo y otro pantalón de paño para los días fríos. Y para su aseo personal tres pañuelos para el cuello, tres para la nariz y un peine, así como un vaso, un plato y un juego de cubiertos para comer.

La expedición propiamente dicha se inicia en Madrid con destino a La Coruña, para embarcar allí, y vio como uno de los niños fallecía durante esta primera etapa. La experiencia del viaje puso de relieve la necesidad de que la expedición contara con una mano femenina que inculcara confianza en los niños y les ofreciera el cariño que necesitaban para un viaje de estas características.

Así, un mes y medio antes de la partida, Francisco Javier Balmis contrata a Isabel Zendal en calidad de enfermera, con un sueldo igual al de los varones de su formación y funciones (tres mil reales con destino a su habilitación y quinientos pesos de sueldo anuales). Sus funciones serían cuidar del buen orden de los niños en tierra y en el barco, evitando que se extraviaran, y se mantuviera el orden requerido. Además, tenía la función privativa específica de cuidar, acompañar, entretener y serenar a los niños en el viaje. El decreto de su nombramiento especifica:

Conformándose el Rey con la propuesta de VM y del Director de la expedición destinada a propagar en Indias la inoculación de la vacuna permite S.M. que la Rectora de la Casa de expósitos de esa ciudad sea incorporada en la misma expedición en clase de Enfermera, con el sueldo y ayuda de costa señalada a los Enfermeros para que cuide durante la navegación de la asistencia y aseo de los Niños que hayan de embarcarse y cese la repugnancia que se experimenta en algunos padres de fiar a sus hijos al cuidado de aquellos sin el alivio de una mujer de providad….

La expedición zarpó de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, siendo su primer destino Santa Cruz de Tenerife, donde nada más llegar se inoculó a diez párvulos de las familias más distinguidas de la isla, allanando así las reticencias a vacunarse de la población, donde pasó un mes vacunando. Zarpan de nuevo en enero de 1804 arribando a Puerto Rico en febrero, de allí pasan a La Habana continuando viaje a Venezuela, llegando a Caracas donde se crea la primera Junta de Vacuna en el nuevo continente.

Parten a continuación hacia Nueva Granada (Colombia, Guatemala) y posteriormente se divide la expedición. Una parte se dirige hacia el sur (Perú, Argentina, Chile) y, desde allí, de regreso a España. Y la otra parte acude al norte, hacia México, en la que iban el propio Balmis e Isabel Zendal con su hijo. Una vez arribados, la Rectora y los niños se instalan en el hospicio de la ciudad, donde Isabel trabajó mientras la expedición se mantuvo en la ciudad. Nuevamente se hacen a la mar, esta vez con destino a las islas Filipinas en febrero de 1805, y de nuevo van en la expedición Balmis e Isabel Zendal junto a su hijo, llegando al archipiélago el 15 de abril, y una vez más Isabel y su hijo se instalan en el hospicio, en esta ocasión de Manila, donde cuida a los niños que habían ido desde México. De regreso a México, parece que se quedó a vivir en Puebla de los Ángeles, aunque del final de su vida se conoce muy poco. Lo último que hay documentado sobre ella es que en 1811 continuaba solicitando la pensión de 3 reales mensuales a que tenía derecho su hijo, dado que era uno de los niños que había viajada con la vacuna y las Caja Reales de Puebla no se la pagaban. A día de hoy se desconoce el lugar y fecha de la muerte.

La profesionalidad de Isabel en su trabajo mereció los elogios de los expedicionarios y los documentos la definen como «abnegada rectora», «madre de los galleguitos» y «mujer de probidad». Quizá lo mejor que podemos decir de ella fue lo que escribió el propio Balmis: «con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuas enfermedades…«.   

Isabel Zendal en la actualidad

En 1950, la Organización Mundial de la Salud la reconoció como la primera enfermera de la historia en misión internacional, mérito que en su momento tampoco fue muy difundido en España. En 1971 el Ayuntamiento de La Coruña pone su nombre a una calle, primero como Isabel López Gandalia, cambiándolo en 2017 a Isabel Zendal Gómez (hay diversidad de nombres para nuestra protagonista).

En 2016 se estrenó la película «22 ángeles» en la que la actriz María Castro se mete en la piel de Isabel Zendal recreando la historia de la expedición. Salvando algunas licencias para que la película sea más entretenida, la parte de las tribulaciones del viaje y las dificultades que se encontró Balmis en los diferentes territorios son bastante fieles a la realidad.

También en esta década se han publicado diversos libros dedicados a Isabel, como «Ángeles Custodios» de Almudena de Arteaga (2010), «Los héroes olvidados» de Antonio Villanueva Edo (2011), «Los niños de la vacuna» de Javier Neveo (2013) o «Los niños de la viruela» de María Solar (2017).

Finalmente el mayor homenaje que le hemos podido hacer a esta maravillosa mujer es dar su nombre al «hospital de pandemias» construido en la Comunidad de Madrid con motivo de la crisis del Covid-19 del año 2020. Un hospital que, levantado en tiempo récord, es hoy en día uno de los centros de referencia para el tratamiento de la enfermedad que ha segado las vidas de tantas personas entre los años 2020 y 2021.

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